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PARA VIVIR HOY LA DEVOCION MARIANA

 

El presente texto es un breve guion de unas jornadas sobre la Virgen María que el Grupo “DIÁLOGOS EN LA LÍNEA” llevó a cabo en la Casa de Espiritualidad “Santo Domingo” de Caleruega (Burgos) en 2024. Para su realización, contamos con el acompañamiento del teólogo dominico Jesús Espeja Pardo, catedrático emérito de cristología en la Facultad Pontificia de Teología “San Esteban” de Salamanca, y miembro activo del Grupo.

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DIÁLOGOS EN LA LÍNEA - CALERUEGA

Esta publicación en papel esta disponible en la Casa de Espiritualidad "Santo Domingo" de Caleruega (Burgos).

 

Introducción

Para los cristianos católicos españoles, la Virgen María ha sido una figura entrañable. Aprendimos su devoción al calor de nuestras madres y el santuario mariano de nuestra región queda siempre como sacramento de algo indefinible, donde se juntan los sentimientos humanos y el rumor de lo divino. En la situación española de confesionalidad católica y en la primera mitad de s. XX, la devoción mariana era intensa, pública y de manifestaciones solemnes. A esta devoción respondía una reflexión teológica donde la figura de María ocupaba un capítulo importante, acentuando títulos y privilegios.

Pero la orientación del Concilio Vaticano II, al presentar la fe y la devoción a la Virgen María, sugirió un nuevo enfoque para la reflexión teológica. Según G. Philips, destacado teólogo conciliar, “el progreso de la mariología, no hay que buscarlo en la multiplicación de privilegios extraordinarios, en su deducción prolongada hasta el infinito, sino en una más profunda penetración en el núcleo del misterio revelado”. La grandeza de la Virgen María se manifiesta en su referencia a Cristo y a la Iglesia.  Ella es primera discípula de Jesús, e “imagen purísima” de lo que toda la Iglesia quiere y espera ser.

Después de un fecundo debate, los conciliares decidieron introducir el tema de la Virgen María en la Constitución sobre la Iglesia. Y puntualizan sobre la devoción mariana: “Recuerden los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes”.

Siguiendo la orientación del Concilio, en 1974 Pablo VI publicó un valioso documento “Marialis Cultus”, sobre el culto a la Virgen María: “El desarrollo deseado por Nos, de la devoción a la santísima Virgen María, insertada en el cauce del único culto que justa y merecidamente se llama cristiano –porque en Cristo tiene su origen y eficacia, en Cristo halla plena expresión y por medio de Cristo conduce en el Espíritu al Padre- es un elemento cualificador de la genuina piedad de la Iglesia”.

Con esa introducción meditamos sobre la fisonomía espiritual de la Virgen María, según la fe o experiencia de las primeras comunidades cristianas, para después apuntar cómo fomentar la devoción mariana.

1. Perfil espiritual de la Virgen María

Nos fijamos sobre todo en las primeras comunidades cristianas donde se escriben los evangelios del nacimiento e infancia de Jesús que nos traen San Lucas y San Mateo. Y es la mima fe o experiencia que confesó la Iglesia en el Concilio Vaticano II.

“El ángel entró donde María a estaba y le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba qué podía significar este saludo. Finalmente dijo: Aquí está la pobre del Señor, hágase su voluntad” (Del evangelio según san Lucas).

La favorecida del Señor: 

“Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la anunciación como llena de gracia” (Vaticano II).

“Alégrate llena de gracias, el Señor está contigo; no temas porque el Señor te ha concedido su favor”.  El Inefable ha puesto los ojos en la pequeñez de María. Evocando la presencia de la nube obre la tienda donde Moisés hablaba con Dios, el ángel dice a María: “El Espíritu vendrá sobre tu y te cubrirá con su sombra. Por eso el que de ti nacerá, será llamado Hijo de Dios”.

Así el Vaticano II concluye: “María es madre del Hijo de Dios, hija predilecta del Padre, templo del Espíritu Santo”. La confesión cristiana “María, Madre de Dios” proclamada en el concilio de Éfeso, 431, justifica el amor y devoción especiales que la comunidad cristiana tiene hacia la figura de la Virgen María.

            Una historia de fe:

“Con razón piensan los Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de os hombres con fe y obediencia libres” (Vaticano II)

“El asentimiento que prestó fielmente en la anunciación, lo mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos” (Vaticano II).

“Aquí está la pobre del Señor”; “Bendita tú porque has creído”.  La fe no se reduce a creencias. Creer es consentir, abrirse a una Presencia de amor que continuamente se está dando. Por la fe la persona humana se confía libre y enteramente a Dios. María da vueltas en su corazón sobre la propuesta del ángel: ser madre del Mesías cuando ella ni siquiera tiene marido.

Con razón piensan los Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres. El asentimiento que prestó fielmente en la anunciación, lo mantuvo sin vacilar al pie de la cruz y lo mantuvo después de la muerte de Jesús, haciendo oración y pidiendo la venida del Espíritu dentro de la primera comunidad cristiana.

El o la pobre del Señor (anav) es en la revelación bíblica la persona que, seducida por la presencia gratuita de Dios, se abre incondicional a la voluntad divina y libremente trata de ser fiel a la misma en su conducta y en su relación con los demás. En el “Magníficat”, himno compuesto con frases de la revelación bíblica, podemos escuchar la voz de los justos, no solo en la historia del pueblo donde se escribió la Biblia, sino también toda la historia de la humanidad. Y aquí cabe destacar dos detalles:

Es significativo en qué Dios cree María. No experimenta la presencia de un ser supremo alejado y apático sentado en su trono más allá de la nubles. Experimenta que Dios está mirando, es su salvador y liberador, actúa dentro de la historia, de generación en generación, como misericordia inspiradora de justicia; destronando a los poderosos arrogantes y levantando a los humillado.

Es una pena que reduzcamos la virginidad de María viéndola solo como un fenómeno milagroso y extraordinario en el campo de la biología. La virginidad de María es la expresión de auténtica pobreza evangélica o apertura libre y total a la voluntad de Dios, que también María tuvo que discernir a lo largo de su vida.

             Icono para la Iglesia:

“María es miembro excelentísimo y singular de la Iglesia y como tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad” (Vaticano II).

El cuarto evangelista interpreta la muerte de Jesús como victoria sobre la muerte y como nacimiento de la Iglesia. Un soldado atravesó con una lanza el costado de Jesús de donde brotaron el agua del bautismo y la sangre de la eucaristía; los dos sacramentos con que se edifica a Iglesia. Y junto a la cruz estaban la Madre de Jesús y el discípulo amado, símbolo de la comunidad creyente, quien recibió estas palabras del Crucificado: “ahí tienes a tu madre”.

Es la fe y devoción especial a la Virgen María que confesó la Iglesia en el primer documento que dio a luz el  Vaticano II: “En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del su Hijo; en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser”.

Porque es Madre de Dios unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de Jesucristo, María recibe una veneración especial dentro de la comunidad cristiana. Ella se beneficia privilegiadamente de la mediación universal de Jesucristo y como seguidora del Hijo, gracias al Espíritu Santo, ella es imagen, signo y referencia de lo que todos los cristianos ansiamos y esperamos ser. 

2. La devoción mariana en la historia de la Iglesia

“La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo. Pues María, que por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre” (Vaticano II).

La devoción mariana en la Iglesia se designa con distintas palabras. Pablo VI titula su Exhortación de 1974, Sobre el culto a la Virgen María, para insistir en que la devoción mariana se inserta en el único culto que justa y merecidamente se llama cristiano, y que tiene su origen y eficacia en Jesucristo.

Con la palabra “devoción” designamos la actitud que implica la entrega total de uno mismo; como la fe solo puede tener como término a Dios. En ese marco hay que situar la devoción mariana. Dada la condición corporal de los humanos, esa actitud interior se realiza a través de actos externos y visibles. Por eso podemos distinguir entre la devoción y las devociones a lo largo de la historia.

La devoción especial a la Virgen María ha sido una constante en la historia de la Iglesia.  Referencia importante fue del Concilio de Éfeso, 430, donde se proclamó que María es la Madre de Dios. Esa devoción comienza a expresarse en imágenes, fiestas, templos, títulos y oraciones. La devoción entra con fuerza en Occidente a partir de s. XI y culmina al final de la Edad Media:  explosión de hermandades, devociones y relatos milagrosos, santuarios, peregrinaciones y relatos milagrosos. Las condiciones precarias en la vida del pueblo y su exposición a pestes, hambre y otras desgracias, sugieren invocar a María como reina y protectora, más que como pobre del Señor y hermana de los mortales.

La reforma protestante reacciona contra algunas desviaciones y abusos en la piedad popular. El Concilio de Trento insiste en la legitimidad del culto a los santos y especialmente a la Virgen María. Durante la época moderna perdura una devoción contagiosa en las capas populares. Y a partir del 1600 surge en la Iglesia un fuerte movimiento mariano: familias religiosas con la advocación de la Virgen, cofradías, congregaciones marianas, coronaciones de imágenes patronales.

En el s. XVIII la Ilustración pone en crisis esa devoción. Pero la crisis comienza a superarse a partir de 1830 con el fenómeno de las apariciones. Se ha llamado el tiempo “de las epifanías de María”. En esta etapa de las apariciones, tienen lugar las declaraciones dogmáticas sobre la Inmaculada (1854) y la Asunción (1950), con los años marianos y peregrinaciones a los nuevos santuarios.

3. El Concilio Vaticano II y la crisis del postconcilio

“El santo Concilio enseña de propósito esta doctrina católica y amonesta a la vez a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen, particularmente el litúrgico; que estimen en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella recomendados por el Magisterio en el curso de los siglos”.

El Vaticano II es el concilio ecuménico que más se ha ocupado de la figura de la Virgen María. Pero no se sitúa en continuidad con el movimiento mariano que se desarrolló a partir del s. XVIII y culminó en la primera mitad del s. XX. No faltaron obispos que reclamaban esa continuidad con una mariología de privilegios y títulos, pidiendo a Juan XXIII la definición de María Mediadora.

Pero el Concilio dio un paso adelante en otra orientación:

“La Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador” (Vaticano II).

El culto y la devoción a la Virgen María deben ser integrados en el único culto cristiano que se celebra en la liturgia y cuyo centro es vida, muerte y resurrección de Jesucristo.

De figura aislada, María pasa a ser considerada a partir del misterio del Hijo y del Padre que en él nos comunica su Espíritu.

Y se introduce la figura de María en la Iglesia como miembro eminente de la misma.

En los años de postconcilio llega la crisis en la devoción mariana: perplejidad, abandono, malestar, desconcierto. Se cuestionan manifestaciones de la devoción mariana. En tiempos pasados se repetía la fórmula proveniente de la Edad Media: “De María nunca se habla suficiente” (De Maria nunquam satis). Pero da la impresión que en algunos sectores se ha ido al otro extremo: “ya está bien hablar tanto de María”. De una mariología triunfalista, pasamos a una mariología vergonzante. 

¿Causas de la crisis? Quizás un desgaste interno del movimiento mismo. Prácticas devocionales donde prevalece la preocupación por la cantidad de adeptos, más que por la calidad, terminan por agotarse. A veces predomina la búsqueda del propio interés de salvación. Se había cultivado demasiado el recurso al sentimiento.            

Posiblemente también ha faltado una pastoral renovada de acompañamiento. Y sin duda, en la crisis, ha influido la transformación y el cambio de mentalidad en países económicamente más prósperos.

4. Hacia una renovación

“María participa íntimamente en la historia de salvación” (Vat. II).

“Mientas la Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos” (Vaticano II).

En esta coyuntura se celebró el Vaticano II. Trató de dar nueva versión del cristianismo y en concreto de la devoción mariana. Pero hay que reconocer que la reforma exigida por la nueva visión del Concilio no está siendo fácil. Ya mirando a la devoción mariana, siguen las concentraciones multitudinarias ante supuestas nuevas apariciones, y las peregrinaciones a santuarios marianos como remansos de paz y de encuentro con Dios. Para secundar la orientación y voluntad del Concilio, son necesarias, tanto una nueva reflexión teológica sobra la figura de María, como criterios referenciales en práctica devocional.

La renovación ya está en camino. En la nueva situación cultural y social, pioneros en distintos campos – movimiento litúrgico, avances en estudios bíblicos y patrísticos, diálogo ecuménico, clamor de los pobres y excluidos, reclamos del feminismo…–, que ya tuvieron su influencia en el Vaticano II, siguen abriendo camino para renovar el culto y la devoción especial a la Virgen María.

1º) Necesitamos tener claro qué entendemos por una devoción cristiana, pues se trata de integrar el culto y la devoción mariana en el culto cristiano. La referencia y centro de este culto es la conducta de Jesús que culminó en su muerte y en la resurrección. Y en la conducta de Jesús hay tres rasgos decisivos: intimidad con Dios, apasionamiento por construir la fraternidad universal, y opción por incluir a los pobres y excluidos. Esos rasgos no deben faltar en la devoción mariana.

Ya hemos visto cómo esos tres rasgos se encuentran en la fisonomía espiritual de María, tal como la celebran las primeras comunidades cristianas según los relatos sobre el nacimiento e infancia de Jesús.

2º) Concretando esos rasgos en la situación actual, vemos que no hay por qué abandonar el sentimiento: María, referencia de auxilio y de consuelo, madre de misericordia… Pero hay que integrar otros aspectos que son relevantes para nuestros contemporáneos:

“Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia., a pesar de ser enteramente singular, se distingue esencialmente del culto de adoración tributado al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo favorece eficazmente, ya que las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios que la Iglesia ha venido aprobando dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, de acuerdo con las condiciones de tiempos y lugares y teniendo en cuenta el temperamento y manera de ser de los fieles, hacen que, al ser honrada la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas y en el que plugo al Padre eterno «que habitase toda la plenitud» (Col 1,19), sea mejor conocido, amado, glorificado, y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos· (Vat.II).

  • Sensibilidad ante el sufrimiento de los pobres ¿no respira esa opción el “Magníficat”?

  • Poder transformador de la sociedad. El Dios en que cree María, baja de sus tronos a los poderosos y levantada a los humillados.

  • La figura de María pone de relieve la humanidad del Dios cristiano. Recuperar el humanismo integrando a los excluidos. De modo especial a la mujer como persona, con los mismos derechos que el hombre. Urge la reconciliación entre las dos formas complementarias de ser persona. Urgencia especial en la organización de la Iglesia, deformada por el patriarcalismo y la exclusión de la mujer en los ministerios de autoridad.

5. Sobre las formas de devoción mariana

Necesidad de esas prácticas porque el ser humano debe encarnar en expresiones visibles su experiencia de Dios. Todos estamos enraizamos en una tradición con formas devocionales que heredamos y transmitimos en una evolución cultural y en una geografía.

Pero a la vez hay que insistir en la relatividad de las mediaciones en esas prácticas. El centro no son las mediaciones relativas a la situación de cada momento. Hay que aceptar la transformación en las distintas situaciones culturales. Sobre todo, en una época de rápidos cambios como la nuestra. Es verdad que los cambios deben hacerse con cuidado, pero ya no vale el restauracionismo ni la instalación a ultranza.  

            El culto litúrgico mariano

            Hubo épocas en que el culto a la Virgen María procedió al margen del culto litúrgico e incluso lo eclipsó. Por eso el Vaticano II introdujo el culto a la Virgen María “en el cauce del único culto que justa y merecidamente se llama cristiano”. Se distribuyen las fiestas de la Virgen María en conexión con las fiestas litúrgicas de Jesucristo.

“Recuerden, finalmente, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (Vaticano II).

            Las prácticas devocionales 

Para manifestar y celebrar su experiencia del misterio el pueblo cristiano necesita formas devocionales espontáneas y cercanas a las circunstancias concretas de su vida según circunstancias de lugar y tiempo, la distinta sensibilidad de los pueblos y su diferente tradición cultural".

Son conocidos peligros que acechan a esas devociones: búsqueda del propio interés individualistamente, rutinización que separa actos de actitudes, fomentar el sentimentalismo sin ideas ni compromiso, caída en actitudes fanáticas que excluyen a quienes no participan en esas devociones.

El tema es cómo realizar esas devociones evitando esos peligros. Lo decisivo es promover la actitud interior de fe en Dios revelado en Jesucristo. En todo caso, más que obligaciones que se imponen, esas devociones deben ser expresiones festivas de una vivencia de la fe cristiana.

            Devociones marianas populares de carácter tradicional

  • Se encuentran en auge. Quizás por las facilidades de traslado y el fomento de turismo; por la asfixia en las grandes ciudades, o sequedad de la cultura científico-técnica.

  • Pero es necesario cultivar esas devociones.

  • Tienen sus riesgos: búsqueda de lo maravilloso sin compromiso en los cambios sociales, utilización política …

  • Sin embargo, pueden ser ambiente y oportunidad para transmitir la fe o experiencia cristiana.

  • En este sentido, los santuarios necesitan una atención especial en la catequesis, dado que pueden ser remanso de paz y lugares idóneos para ofrecer el Evangelio que hoy está escribiendo también la Iglesia en proceso de conversión.

            Apariciones de la Virgen

Se cuentan muy numerosas. Para el discernimiento, Pablo VI dictó unas normas orientativas el 25 de febrero de 1978, las cuales no se hicieron públicas hasta el 2011.

La Congregación para la Doctrina de la Fe, el 17 de mayo del 2024, ha publicado un valioso documento: “Normas para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales”. Dichas Normas, “No pretenden ser un control ni aún menos un intento de apagar el Espíritu”. Pero advirtiendo al mismo tiempo contra “el uso de tales fenómenos para obtener beneficios, poder, fama, notoriedad social, interés personal” e incluso “la posibilidad de errores doctrinales, de reduccionismos indebidos en la propuesta del mensaje del Evangelio o la propagación de un espíritu sectario”. El Documento insiste en la necesidad de discernimiento y apunta algunos criterios:

  • “Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios, «el Primero y el Último». Él es la plenitud y el cumplimiento de la Revelación: todo lo que Dios ha querido revelar lo ha hecho mediante su Hijo, Palabra hecha carne. En la Palabra revelada está todo lo que necesita la vida cristiana. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no solo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad.

  • En el tiempo de la Iglesia, el Espíritu Santo conduce a los creyentes de toda época «hasta la verdad plena», de modo que «la inteligencia de la revelación sea más profunda».

  • Si de una parte todo aquello que Dios ha querido revelar lo ha hecho mediante su Hijo y en la Iglesia de Cristo se ponen a disposición de todo bautizado los medios ordinarios de santidad, por otra el Espíritu Santo puede conceder a algunas personas experiencias de fe del todo particulares, cuyo objetivo no es «la de “mejorar” o “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia».

  • La santidad, de hecho, es una llamada que concierne a todos los bautizados: viene nutrida de una vida de oración y de participación en la vida sacramental, y se expresa en una existencia impregnada de amor a Dios y al prójimo.

  • Sin embargo, se verifican a veces fenómenos (por ej.: presuntas apariciones, visiones, locuciones interiores o exteriores, escritos o mensajes, fenómenos relacionados con imágenes religiosas, fenómenos psicofísicos y de otro tipo) que parecen trascender los límites de la experiencia cotidiana y se presentan como de presunto origen sobrenatural.

  • Hablar con precisión de tales acontecimientos puede superar las capacidades del lenguaje humano (cfr. Con el advenimiento de los modernos medios de comunicación, tales fenómenos pueden atraer la atención o suscitar la perplejidad de muchos creyentes, y sus noticias pueden difundirse con gran rapidez, de modo que los Pastores de la Iglesia están llamados a tratar tales acontecimientos con solicitud, es decir, a apreciar sus frutos, a purificarlos de elementos negativos o a advertir a los fieles de los peligros que de ellos se derivan.

  • Además, con el desarrollo de los medios de comunicación actuales, y el aumento de las peregrinaciones, estos fenómenos alcanzan dimensiones nacionales e incluso mundiales, de modo que una decisión relativa a una Diócesis también tiene consecuencias en otros lugares.

  • Cuando, junto a determinadas experiencias espirituales, se producen también fenómenos físicos y psíquicos que no pueden explicarse inmediatamente con el solo uso de la razón, corresponde a la Iglesia emprender un cuidadoso estudio y discernimiento de estos fenómenos.

  • En su Exhortación Apostólica “Gaudete et exsultate”, el Papa Francisco recuerda que el único modo de saber si algo viene del Espíritu Santo es el discernimiento, que hay que pedir y cultivar en la oración. Es un don divino que ayuda a los Pastores de la Iglesia a realizar lo que dice san Pablo: «examinadlo todo; quedaos con lo bueno”.

 

Concluyendo:

1. La devoción mariana es un fenómeno pluriforme dentro del hecho cristiano. El criterio general para valorar sus formas, es su coherencia con el culto cristiano y sus implicaciones.

2. Asegurada esa coherencia, hay que admitir una libertad de las formas concretas. Las mediaciones son necesarias como encarnación visible de una actitud interior. A partir de ahí, es normal que haya distintas formas, reflejando la cultura, y el sentimiento las condiciones de vida de las personas y de las comunidades. Sin olvidar que lo cristiano tiene su fuente y criterio en Jesucristo y su vida centrada en la intimidad con Dios, en el apasionamiento por construir la fraternidad y en la compasión eficaz ante el descarte de los excluidos.

3. Concretando un poco más. Las manifestaciones devocionales:

  • Deben estar en relación con los demás aspectos de la vida humana.
  • Colaborar en la transformación de la realidad social, y no resultar ética y humanamente estériles.
  • Buscar la liberación de las personas, y no someterlas a nuevas esclavitudes.
  • Que sean medios para transmitir el único Evangelio: la presencia salvadora de Dios en Jesucristo dentro de un mundo cambiante.

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ÍNDICE

Introducción

1. Perfil espiritual de la Virgen María

2. La devoción mariana en la historia de la Iglesia

3. El Concilio Vaticano II y la crisis del postconcilio

4. Hacia una renovación

5. Sobre las formas de devoción mariana