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LA DEUDA… ¿QUIÉN DEBE A QUIÉN?

A finales del s. XIX comenzó un importante proceso en el mundo. Los países occidentales, buscando recursos naturales y tratando de ampliar sus imperios particulares, encontraron un territorio de gente buena y hospitalaria y decidieron repartírselo. 

Sacaron un mapa de un cajón y comenzaron a hacer rayas que marcaban nuevas fronteras entre territorios que con ello iban a adquirir nuevas soberanías. Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Reino Unido, Portugal, España… se repartieron un pastel directamente, sin tener en cuenta que allí existía una civilización diferente, con su sociedad, su cultura y su estructura geopolítica. 

Ese reparto tuvo unas nefastas consecuencias en todos los sectores, pues la intervención fue total y unidireccional hacia el exclusivo enriquecimiento de los países invasores. Las estructuras sociales y políticas africanas fueron sustituidas por unas nuevas occidentales, eliminando las que habían regido hasta el momento. La cultura milenaria africana pasó a la historia, quedando recluida en algunos casos a la clandestinidad de pequeñas tribus. 

Las nuevas fronteras separaron familias y provocaron tensiones entre titulares ancestrales de tierras y nuevos adjudicatarios. Los cultivos adaptados a las necesitades de la población en cantidad y calidad, se cambiaron por grandes explotaciones agrícolas regentadas por occidentales y trabajadas en régimen de esclavitud por sus propietarios legítimos. El etnocentrismo europeo trató de cambiar las costumbres, las creencias y las lenguas centenarias de las personas africanas, con el objetivo de quitarles su identidad y su dignidad en favor de una mayor y más sencilla prosperidad europea.

En el s. XX se produjo el proceso de la descolonización en la que los países africanos recuperaron su soberanía política. Occidente se preocupó especialmente de no perder su poder en la zona, lo que consiguió dejando a su paso un reguero de enormes deudas fruto de su explotación. Esas deudas, hoy, en pleno s. XXI, continúan condicionando enormemente el desarrollo del continente africano. 

La refinanciación constante enriquece a Europa cada vez más y lleva a los países africanos a un camino sin salida, que conlleva de manera inevitable una inestabilidad política generalizada y un crecimiento inaceptable de la pobreza. El importe se multiplica de año en año. La deuda africana con occidente hoy llega casi a la mitad del PIB y tiene hipotecadas las exportaciones, que no sirven más que para ir pagando una deuda que crece. No hay esperanza de mejora en un territorio históricamente explotado y castigado por occidente y cuya única aparente salida para los jóvenes es marchar como sea, incluso jugándose la vida en el intento. 

Mientras tanto, aquí en Europa, nosotros, los burgueses europeos, seguimos debatiendo cómo evitamos que los africanos entren ilegalmente en nuestro territorio y acerca de si es necesario y justo perdonar parcialmente la deuda que tiene África con nosotros. Se trata de un debate que aparentemente responde a una evolución de las conciencias occidentales hacia la solidaridad con los pueblos más necesitados: Somos más buenos y por lo tanto vamos a tratar de darles alguna ayuda a esos pobres. Estamos equivocados.

Vivimos en un mundo virtual creado a nuestra medida distinto del mundo real en el que, dependiendo de nuestras acciones, viven y mueren las personas. Es necesario y urgente que tomemos conciencia de que hay que cambiar el chip. África no tiene ninguna deuda con nosotros. La “deuda”, la famosa “deuda”, la inmensa “deuda”, la histórica “deuda”, la tenemos ¡NOSOTROS CON ELLOS!... En consecuencia, no solo debemos perdonarles el dinero que les prestamos torticeramente para mantener nuestro poder en sus países, sino que debemos tratar de corregir todas las tropelías que les hicimos y que ahora hemos escondido bajo la alfombra.

He tenido la gran suerte de conocer a personas senegalesas allí en Senegal y aquí en España. A pesar de la historia sufrida, ellos siempre te obsequian con una humanidad que se desborda. Sonrisa honesta y sin rencor. Ganas de aprender y trabajar. Solidaridad, compasión, fraternidad… son conceptos integrados en su cultura. No sabemos la suerte que tenemos de conocerlos. Os animo a que no esperemos a que nuestros gobiernos “hagan algo”. Cada uno de nosotros tiene un alma y dos manos para construir un mundo mejor. 

Es una situación de extrema complejidad en la que diferentes poderes fácticos luchan cada uno por sus respectivos intereses, determinando una evolución de las cosas en la que difícilmente tendremos posibilidades de actuar. Sin embargo, esa imposibilidad de que nuestras acciones tengan repercusión es solo aparente. Probémoslo. Pongamos nuestro granito de arena. Yo, de momento, en noviembre me voy a Senegal.

Grupo Diálogos en La Línea
Caleruega